Vivimos en un mundo en el que se habla continuamente de derechos: derecho a la salud reproductiva, derecho al aborto, derecho a tener un hijo, etc. Para nada oímos hablar de deberes. En cualquier caso, hay algunos llamados derechos que se entienden más que otros, el derecho al hijo, de hecho, puede considerarse como una consecuencia del deseo de perpetuarse, de inmortalidad que todos tenemos.
Somos individuos contingentes, ardiendo en deseos de trascendencia. Y así se entiende las ganas de tener un hijo. O dos. Como es el caso de Damián y Eva. Hace cinco años tuvieron un hijo de forma natural. Damián congeló su semen cuando el médico le diagnosticó un cáncer de testículos. La Consellería de Sanidad les ha denegado el tratamiento en la sanidad pública, por el hecho de que ya tienen un hijo. Ahora el Defensor del Pueblo en la Comunidad Valenciana les da la razón y dice que no se puede negar el tratamiento a una pareja estéril. En el fondo, lo que está en juego son los 6.000 euros o más que les costaría el tratamiento en un centro privado.
Lo que deberíamos preguntarnos todos es si en la reproducción asistida se respeta la dignidad humana del embrión de ser humano que va a nacer. Muchos científicos opinan que no. Es necesario dar al ser humano el lugar que le corresponde por su propia naturaleza. Estas técnicas no respetarían la dignidad humana, ni tampoco la libertad humana, en tanto en cuanto condicionan su creación y su nacimiento. La decisión e intervención de terceras personas en la vida de los embriones puede considerarse como una ingerencia indebida en el curso de la concepción de los seres humanos.
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