Desde hace muchos años, me ha caido bien Lituania. Recuerdo la profunda impresión que me produjo la publicación en lituano, inglés y español de una revista que informaba minuciosamente de la cantidad de cristianos perseguidos por sus convicciones religiosas. Durante muchos años, han sido agredidos por la Unión Soviética, ahora lo son (de una forma más sibilina) por la Unión Europea.
La razón del ataque es muy clara: la defensa de su fe católica. El 17 de septiembre, el Parlamento Europeo votó por 349 a 218 la condenación de Lituania por su ley de protección a los menores de edad, una medida que prohíbe la promoción de relaciones homosexuales, bisexuales o polígamas entre niños menores de 18 años. La legislación doméstica de un Estado soberano, miembro de la Unión, está siendo condenada.
El parlamento de Lituania había aprobado la legislación de protección al niño en junio. Temiendo críticas de los políticos de Europa occidental y del lobby homosexual, la Presidente lituana la vetó. En julio, el Parlamento lituano eliminó el veto y la ley entrará en vigor a partir de marzo de 2010.
Gran parte del fracaso de las políticas educativas del Gobierno español en materia de salud reproductiva, se deben a la desvinculación entre afectividad, reproducción y sexualidad. Además de proteger al más débil, al niño, el parlamento lituano es coherente con la naturaleza humana. Lo que pasa es que en estos tiempos que corren, parece que la palabra naturaleza sólo tiene validez para la ecología.
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