El hombre es un ser social, pero no necesariamente gregario. En todas las circunstancias, incluso en las más duras, como puede ser un campo de concentración, el hombre añora unos minutos diarios de soledad. Víctor E.Frankl nos cuenta en "El hombre en busca de sentido" cómo se las ingeniaba para encontrarse consigo mismo en Auschwitz. Estas son sus palabras:
"Cierto que había veces en que era posible —y hasta necesario— mantenerse alejado de la multitud. Es bien sabido que una vida comunitaria impuesta, en la que se presta atención a todo lo que uno hace y en todo momento, puede producir la irresistible necesidad de alejarse, al menos durante un corto tiempo. El prisionero anhelaba estar a solas consigo mismo y con sus pensamientos. Añoraba su intimidad y su soledad. Después de mi traslado a un llamado "campo de reposo", tuve la rara fortuna de encontrar de vez en cuando cinco minutos de soledad. Tras el barracón de suelo de tierra en el que trabajaba y donde se hacinaban unos 50 pacientes delirantes, había un lugar tranquilo junto a la doble alambrada que rodeaba el campo. Allí se había improvisado una tienda con unos cuantos postes y ramas de árboles para cobijar media docena de cadáveres (que era la cuota diaria de muertes en el campo). Había también un pozo que llevaba a las tuberías de conducción de agua. Siempre que no eran necesarios mis servicios solía sentarme en cuclillas sobre la tapa de madera de este pozo, contemplando el florecer de las verdes laderas y las lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro, enmarcado por las mallas de la alambrada de púas. Soñaba añorante y mis pensamientos vagaban al norte, al nordeste y en dirección a mi hogar, pero sólo veía nubes".
Por: Alberto García Chavida
"Cierto que había veces en que era posible —y hasta necesario— mantenerse alejado de la multitud. Es bien sabido que una vida comunitaria impuesta, en la que se presta atención a todo lo que uno hace y en todo momento, puede producir la irresistible necesidad de alejarse, al menos durante un corto tiempo. El prisionero anhelaba estar a solas consigo mismo y con sus pensamientos. Añoraba su intimidad y su soledad. Después de mi traslado a un llamado "campo de reposo", tuve la rara fortuna de encontrar de vez en cuando cinco minutos de soledad. Tras el barracón de suelo de tierra en el que trabajaba y donde se hacinaban unos 50 pacientes delirantes, había un lugar tranquilo junto a la doble alambrada que rodeaba el campo. Allí se había improvisado una tienda con unos cuantos postes y ramas de árboles para cobijar media docena de cadáveres (que era la cuota diaria de muertes en el campo). Había también un pozo que llevaba a las tuberías de conducción de agua. Siempre que no eran necesarios mis servicios solía sentarme en cuclillas sobre la tapa de madera de este pozo, contemplando el florecer de las verdes laderas y las lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro, enmarcado por las mallas de la alambrada de púas. Soñaba añorante y mis pensamientos vagaban al norte, al nordeste y en dirección a mi hogar, pero sólo veía nubes".
Por: Alberto García Chavida