El libro se basa en hechos y en datos. Sus autores –médicos, enfermeros, psiquiatras y filósofos– parten de sus experiencias en la atención a enfermos que afrontan el final de la vida, en un país donde la eutanasia está despenalizada. Un tema que entraña tanto sufrimiento exige el máximo respeto hacia quienes pasan por este trance. Los casos terribles que de vez en cuando se hacen públicos llevan a muchas personas a concluir que el único final de vida bueno es el que ofrece la eutanasia.
Sin embargo, en los países donde se ha despenalizado la eutanasia, la práctica de la ley ha conducido a una pendiente resbaladiza que termina desbordando los supuestos iniciales y que afecta a colectivos para los que nunca fue pensada, como los enfermos psiquiátricos, los menores de edad y quienes manifiestan «cansancio vital». Esta normalización conduce incluso a que algunos médicos y enfermeros ofrezcan la eutanasia como «remedio» del sufrimiento a pacientes que no la han pedido.
Ante esta práctica legal, ¿puede ser la eutanasia la única solución que nuestra sociedad ofrezca a sus ciudadanos? ¿Deben desestimarse o rebajarse los cuidados paliativos por ser más complejos y costosos? ¿Acaso la máxima humanidad se limita a sentir compasión por quien sufre sin siquiera ayudarle a repensar su decisión? ¿O la verdadera ayuda consiste, más bien, en «hacerse cargo de él», promoviendo en la sociedad –sobre todo en el ámbito sanitario y familiar– una «cultura paliativa» que se ocupa del sufrimiento, el deterioro, la soledad y el desamparo del próximo humano?
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