Una catedral construida con materiales de desecho. Un adolescente desubicado en el mundo, en busca del sentido de su vida. Unos amigos que están absolutamente chiflados, pero con sólidas referencias cristianas.
Con estos mimbres, y poco más, mi compañero y amigo Eduardo Gris ha hilvanado una magnífica novela, un pelín apologética, para mí que se le ve el plumero. Sólo me queda aconsejarle que siga escribiendo, para poner un poco de mostaza a la vida.