Desde hace varios años, asistimos a una creciente información sexual que se imparte a los alumnos de secundaria. Los resultados de esta sobredosis de información, mal orientada y peor digerida, no se han hecho esperar: observamos un aumento de las infecciones de transmisión sexual, un adelanto en la edad del inicio de las relaciones sexuales, y un incremento de los embarazos en adolescentes. Así en España, la cifra de embarazos en menores de 18 años duplica a la que se registraba hace una década. Sin temor a exagerar, podemos decir que nos encontramos ante una banalización de la sexualidad (juega como quieras, como quieras y con quien quieras) y una sacralización del preservativo, que se manifiesta en algunas de las campañas de prevención del sida: por ti y por todos, úsalo, o este otro más romántico: el lugar no importa, la luna es imprescindible. Estos mensajes dan al público una falsa idea de seguridad frente al SIDA y los embarazos imprevistos.
En salud pública, se habla de compensación del riesgo cuando una medida preventiva acaba reduciendo la percepción de riesgo en la población general. Al final, la adopción de comportamientos arriesgados supera el posible efecto beneficioso. Es evidente que este fenómeno de compensación de riesgo es aplicable a las infecciones de transmisión sexual y al sida, donde uno puede elegir entre comportamientos de evitación de riesgo o de reducción del riesgo.
Campañas centradas en el preservativo, sin poner énfasis en las diferencias que hay entre evitar el riesgo y reducirlo tienen el efecto paradójico de no producir el esperado descenso de la incidencia de sida. La falsa idea de seguridad absoluta y la sensación de invulnerabilidad propia de la juventud puede incitar a muchos jóvenes a dejar la evitación de riesgo para ponerse a riesgo de infectarse. Un slogan que ha funcionado en algunos lugares es: “¿Sexo seguro? ¿Por qué no mejor: No practicar sexo hasta que el sexo sea seguro?”
Se me podrá argumentar: “pero, ¿qué me comentas?”, o “tu reino no es de este mundo”. Me parece ridículo que seamos capaces de abstenernos de beber en una cena para poder conducir a casa; abstenernos de dormir si queremos jugar un partido de tenis el sábado a primera hora de la mañana; abstenernos de ver televisión por preparar un examen; abstenernos de una dieta apetecible por mantener la línea y sin embargo no sea posible hablar de abstinencia en la sexualidad. Precisamente, la educación debe hacerse contando con la realidad de los jóvenes, sin plantear únicamente los peligros que acechan a quienes se abandonan a sus impulsos. Por el contrario, debemos hacer hincapié en describir las ventajas y la felicidad de quienes, desde un concepto de la sexualidad respetuoso con la naturaleza racional de la persona, son capaces de amar mejor.
El mensaje que se lanza en España con motivo del Día del sida no tiene nada que ver con el mensaje oficial de
Nos hacen creer que el sexo es cuestión de fontanería y así nos va. Está claro que la educación sexual que se ha impartido desde 1970 no ha conseguido los objetivos planteados. En una época en la que generaciones de estudiantes son formados en una cultura que hace de la máxima clásica carpe diem una invitación a dejarse llevar por lo más fácil, a considerar la sexualidad como un juego, se hace especialmente importante elaborar estrategias que ofrezcan una visión completa de la sexualidad, que no consideren al hombre como un simple metazoo más, sino como un ser único que goza de una dignidad especial.
Por: Alberto García Chavida
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