La incineración de fetos abortados se utilizaba para producir energía. Las reacciones no se han hecho esperar. Dan Poulter, del Ministerio de Salud, salió al paso en seguida para señalar que esta práctica es “totalmente inaceptable”. La organización SANDS, que presta apoyo a las familias que han perdido a su hijo durante el embarazo o el parto, coincide en la conveniencia de utilizar otros métodos más “personalizadores”: “feto no es una palabra que los padres utilicen habitualmente para referirse a sus hijos, ni que deba usarse con ellos. Desde el día en que el embarazo se confirma, están esperando un bebé”.
La reacción inmediata ante unos hechos de tintes tan truculentos contrasta, sin embargo, con la mayoritaria aceptación del aborto en el discurso público y político. Este contraste tiene que ver con la idea, muy extendida, de que la dignidad del feto está supeditada a que los futuros padres lo reconozcan como “un bebé”; es decir, a que sea un hijo deseado. Según esta lógica, solo sería reprobable la incineración con fines energéticos cuando los restos humanos sean fruto de un aborto natural no deseado.
La polémica suscitada por el documental es un ejemplo de cómo el esfuerzo de los partidarios del aborto por despersonalizar al feto lleva en ocasiones a corolarios “desagradables” para la opinión pública. Sin embargo, convendría que el trato que se les da no fuera una cuestión de sensibilidad, porque esta –como se comprueba en el caso de Inglaterra y en otros antes– se puede perder fácilmente.
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