De este material biológico se obtienen células diploides para poder realizar los cultivos en líneas estables que son capaces de dividirse sin cambiar de morfología ni de función, lo que las hace muy aptas para la investigación. La obtención de estas líneas celulares es muy compleja y costosa, por lo que es habitual que la mayoría de los laboratorios las compren. Una buena parte de las vacunas elaboradas con células diploides humanas, provienen de dos líneas celulares concretas conocidas como WI-38 y MRC-5, aunque no son las únicas. Ambas provienen de abortos provocados.
Todo empezó en los años 60. Las primeras líneas celulares WI, fueron elaboradas en el Wistar Institute de la Universidad de Pennsylvania (Philadelphia, EE UU). Dichas líneas celulares provenían de diferentes tejidos fetales que se picaban con bisturíes o tijeras hasta obtener fragmentos de 1 a 4 milímetros. Estos tejidos fetales provenían de abortos provocados, la mayoría de ellos en el tercer mes de gestación. En concreto, la línea celular WI-38, creada en julio de 1962, se obtuvo de tejido fetal femenino. Según revela el especialista, doctor José Luis Redondo Calderón en un estudio publicado en Cuadernos de Bioética titulado ‘Vacunas, biotecnología y su relación con el aborto.
Los abortos tuvieron que ser programados y coordinados con las empresas farmacéuticas porque, como señala Redondo, “los tejidos se valoran según su frescura”. Al menos existe una veintena de vacunas contra diferentes enfermedades que provienen de líneas celulares derivadas de abortos provocados.
Lo más trágico es que no es necesario provocar abortos para obtener las vacunas, dado que el virus también puede cultivarse para ese fin en células no provenientes de abortos, sino en células de origen animal. Así, al menos contra la mayoría de las enfermedades cuyas líneas celulares pueden proceder del mono, la levadura, el pollo, el conejo o el hámster.
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