Según puede leerse en la sinopsis de la obra publicada por la propia editorial, cuando, hace unos años, muchos países se preparaban para legislar sobre técnicas de reproducción asistida, experimentación embrionaria y células troncales, se generaron sofisticadas argumentaciones con el objetivo de debilitar el estatuto ético del embrión humano, de modo que el público se convenciera de que esos embriones no eran propiamente hablando seres humanos. Se forjó así la imagen de un embrión ficticio.
El autor realiza en este libro un análisis brillante y documentado de los principales argumentos biológicos que se emplearon: la irrelevancia de la fecundación, la inexistencia de embrión en las primeras fases del desarrollo, la gemelación monozigótica, la formación de quimeras tetragaméticas, la totipotencialidad de los blastómeros, la masiva pérdida de embriones muy jóvenes. Y concluye que tales argumentos no solo son endebles y no prueban lo que afirman, sino que constituyen en su conjunto un ejemplo paradigmático de cómo una biología débil lleva necesariamente a una bioética engañosa.
Me consta que esta publicación es el resultado de un trabajo de varios años, dedicado a desmontar uno de los mitos científicos más sostenidos. Cabría preguntarse: ¿Por qué no se ha investigado la posibilidad de que la gemelación se dé en el primer momento, en la primera división del zigoto? Eso resolvería muchos problemas ontológicos. La gemelación sería resultado del mismo proceso de la fecundación, que, iniciado con la penetración del embrión, se completa con la primera división del zigoto. La falta de rigor científico ha facilitido la propagación de este mito.
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