El impulso genético o gene drive
consiste en dirigir la herencia sesgada de genes particulares para
alterar a poblaciones enteras. Principalmente, se trata de propagar un
rasgo perjudicial para la especie, por ejemplo una proporción sexual
distorsionada, una reducción de la fertilidad o sensibilidad química.
Durante la reproducción sexual normal, cada una de las dos versiones de
un gen dado tiene una probabilidad del 50 por ciento de ser heredada.
Los gene drive son sistemas genéticos que eluden estas reglas
tradicionales, aumentando enormemente las probabilidades de que el gen
deseado se transmita a la descendencia. Esto les permite propagarse a
todos los miembros de una población incluso si reducen la posibilidad de
que cada organismo individual se reproduzca. Así, esta técnica
constituye una herramienta para frenar la transmisión de enfermedades
por insectos, controlar la propagación de especies invasoras o eliminar
la resistencia a herbicidas o pesticidas.
En Observatorio de Bioética podemos leer un interesante artículo sobre estas técnicas. Hoy la pregunta es si deberíamos utilizar esta técnica para
alterar poblaciones naturales. Hay diversos riesgos que deben ser
tenidos en cuenta: los efectos off-target (fuera de objetivo), la
dispersión de las modificaciones genéticas y el desequilibrio de los
ecosistemas.
La conclusión de Lucía Gómez, autora del artículo es clara: "sin un marco regulador que proporcione un mecanismo para controlar estos
riesgos con claridad y transparencia, esta tecnología podría
convertirse en una amenaza mundial para la conservación de especies. Por
tanto, es urgente establecer una normativa que regule los protocolos de
bioseguridad a cumplir, tanto en el laboratorio como en ensayos a
escala de campo.
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