Sorprende que a estas alturas de progreso cultural y científico, todavía tengamos que tratar algo tan obvio como la extensión de la protección jurídica de la vida humana. Especialmente, en su comienzo (léase aborto) y en su final (eutanasia), olvidando la absoluta protección que merece la vida de todo individuo perteneciente a la especie humana.
La despenalización de la eutanasia se justifica por la autonomía moral del enfermo, dentro de un moral utilitarista, que juzga desde fuera la ausencia de cierta calidad de vida. La alternativa que proponen es suprimir esa vida, cuando lo que deberían hacer es atender al enfermo, acompañarle en sus momentos más duros y asumir su financiación. Y mientras tanto, los cuidados paliativos brillan por su ausencia, llegando a casos clamorosos como el del Hospital Severo Ochoa, en Leganés, donde el equipo del doctor Montes incurrió, al menos, en 34 casos de mala praxis médica, según el informe de los expertos del Colegio de Médicos.
Gracias a los avances de la ciencia, el inicio de la vida humana es visible hoy desde las primeras divisiones celulares. Es constatable la continuidad del proceso de gestación. No hay duda de que desde el momento de la fecundación existe un nuevo individuo, dotado de 46 cromosomas, perteneciente a la especie humana. Negar la equivalencia entre individuo del género humano y persona supone introducir una discriminación en el interior de la especie humana, más grave que las del sexo, la raza, la religión. Cualquier gradualismo en la protección de la vida humana supone una falta de coherencia clara con lo que sabemos por los datos avalados por la ciencia.
Supone un error considerar la vida simplemente como un devenir, como una especie de fuerza externa a una porción de materia, que le proporciona animación. La identidad del organismo es diferente de su identidad física: durante su vida un organismo cambia continuamente sus componentes materiales siendo, sin embargo, el mismo. La identidad biológica va mucho más allá de los meros componentes materiales. La vida no es un proceso ciego, supone intercambio, autorregulación y capacidad de duplicación. Por encima de todo, la vida es siempre un ser viviente y, por eso, su tutela ha de recaer sobre su entero ciclo vital.
La manipulación de los conceptos comienza por la manipulación del lenguaje. Así se ha ido introduciendo el término pre-embrión para aplicarlo a la única realidad que existe: embrión preimplantatorio; se ha cambiado el término de aborto por esa expresión más edulcorada de “interrupción voluntaria del embarazo”, o mejor con el acrónimo más aséptico IVE. Esta terminología descansa en una visión utilitarista, pero no nos engañemos, la realidad sigue siendo la misma. La categoría de pre-embrión para referirse al embrión en los primeros 14 días de su desarrollo no deja de hacer referencia a lo único que de verdad marca la diferencia: la fecundación.
La tutela jurídica se ha de extender a toda la especie humana, sin discriminaciones de ningún tipo, entre fuertes y débiles, sanos y enfermos, más inteligentes y menos dotados, ya que todos los seres humanos, desde el embrión hasta el enfermo terminal, participan, en cuanto vidas humanas, de esta forma de vida. El modo de proteger a la especie humana es tutelar a cada uno de quienes pertenecen a la misma.
Si las leyes son la expresión de la sabiduría de un pueblo, cierto que también pueden expresar su profunda estupidez. Algo que me ha venido a la cabeza, no sé porqué, al recordar
Por: Alberto García Chavida
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