Vemos estos días muchos jóvenes chinos manifestándose contra Japón por haber comprado a sus dueños privados unas islas cercanas al continente. Nada extraña que presionen para conseguir sus intereses, ni que las autoridades aticen el nacionalismo, como medio para que el pueblo olvide otros problemas más graves. Lo que llama poderosamente la atención es que esos jóvenes porten carteles con la imagen deificada de Mao Zedong.
Probablemente esos jóvenes no habrán leído el relato escalofriante titulado "Cisnes Salvajes" de la autora Jung Chang. Como es sabido, no se trata de una novela de ficción, ni de una
maniobra occidental contra el enemigo comunista, sino de la realidad
vivida por tres generaciones de chinos, en las personas de Xue
Zhi-heng, Den-hong, y Jung Chang, abuela, madre e hija, respectivamente.
La imaginación no podría inventar una opresión más terrible, métodos
más eficaces para atemorizar a la población, e atizar la violencia
permanente del "todos contra todos", dejando cada pueblo, barrio y casa
en manos de la Guardia roja durante la Revolución cultural. Y mientras
tanto Mao era venerado como un dios terrenal, o incluso celestial,
porque siempre hacía el bien.
Hace mucho tiempo que leí el libro, pero no se va de mi memoria la fuerte impresión que me produjo su lectura. Estremecedor el relato de los pies que permanecieron vendados desde niña, que a los quince años de edad se
convirtió en concubina de uno de los numerosos señores de la guerra.
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