Algunos famosos como el escritor Sir Terry Patchett y el actor Sir Patrick Stewart han apoyado una campaña para que los pacientes con enfermedades terminales puedan recibir ayuda para morir. Pero una encuesta realizada por Scope, la organización líder en discapacidad, ha desenmascarado que al 70 por ciento de las personas con discapacidad les preocupa que tal reforma acabe presionando para poner fin a su vida antes de tiempo. Es lógico que estén preocupadas de que la gente asuma que su vida no vale la pena vivir o que las vea como una carga.
Los resultados siguen la polémica después que la BBC emitiera un programa que muestra el suicidio asistido de un hombre en la clínica suiza Dignitas. Según Patchett, la falta de dignidad puede ser la razón para que algunas personas puedan quitarse la vida. Con todos mis respetos, discrepo profundamente de esta solución. Si hay personas que llevan una mala vida, habrá que poner todos los medios humanos posibles, incluidos los mejores tratamientos médicos disponibles, para que puedan vivir con dignidad, pero nunca facilitarles la muerte. Eso es la solución fácil, económica pero a toda luces indigna.
Ante la pregunta de si es ético retransmitir la muerte de personas a través de los medios de comunicación social, me remito a lo publicado recientemente en Diario Médico: "Los productores avisan deque incluirán imágenes explícitas que podrían herir
a algunas personas, pero consideran que está justificado. Parece que el personal ya está un poco harto de culebrones, cotilleos, insultos y obscenidades varias, y quiere algo más fuerte; y como ya no hay ejecuciones públicas, salvo en algún país musulmán, hay que buscarlas en el insondable ciberespacio. La muerte como espectáculo y límite último de la curiosidad morbosa ha saltado de cine a la realidad" (José Ramón Zárate DM, 13-V-2011).