Las noticias que se difunden cada año en el Día Mundial del Sida son alentadoras. El número de nuevas infecciones ha descendido un 33% desde 2001; las muertes relacionadas con el sida, un 29% desde 2005; un 52%, las infecciones de niños… Por desgracia, en un sector muy concreto la epidemia está yendo a peor: entre los “hombres que tienen relaciones sexuales con hombres” (MSM, según la terminología oficial) la prevalencia aumenta y ha permanecido a altos niveles en los años recientes.
Según el Global Report 2013 de ONUsida, en 2012 la
prevalencia media de la infección por VIH entre MSM oscilaba en África entre el
15% y el 19%, era del 12% en Latinoamérica, del 11% en Asia y Pacífico, del 8%
en Europa Central y Occidental y en Norteamérica, del 7% en el Caribe. En 2012, la prevalencia en Francia entre hombres homosexuales era del 18% –es
decir, a niveles africanos–, seguida de España, Grecia, Alemania, Suiza,
Bélgica y Portugal, todos con tasas muy por encima del 10%.
En Latinoamérica, “los MSM representan el mayor origen de
nuevas infecciones en la región”, desde el 33% en República Dominicana al 56%
en Perú. También ocurre así en España, donde los MSM suponían el 61% de los
nuevos diagnósticos de VIH entre hombres en 2012. En EE.UU., el número de nuevas infecciones por VIH permanece
estable en torno a los 50.000 casos anuales, a pesar de los esfuerzos de las
autoridades sanitarias. Pero en 2011 el 62% de las nuevas infecciones
correspondían a MSM, que, como mucho, representan el 4% de la población
masculina. Si en EE.UU. se relaciona el número de nuevas infecciones con el
grupo de población correspondiente, resulta que los MSM tienen un riesgo de
infección 147 veces superior a los hombres heterosexuales.
El riesgo de contagio afecta de modo especial a los más jóvenes y faltos de experiencia. Según el informe de ONUsida, “los MSM se infectan a menudo cuando son bastante jóvenes”; y, de acuerdo con los datos de los CDC para EE.UU., “el número estimado de nuevas infecciones fue mayor entre MSM en el grupo de edad más joven”.
El afán de disociar la homosexualidad de cualquier reparo de
enfermedad, no debería evitar preguntarse por qué entre los gais es más
frecuente esta tendencia a una promiscuidad sexual y a voluntarias conductas de
riesgo que las estadísticas confirman como un foco de enfermedad. Sería
necesario dejar a un lado la corrección política para hablar sin cortinas de
humo de las conductas que están detrás de las estadísticas. Este es el análisis certero de Jokin de Irala, Catedrático de la Universidad de Navarra, con el que me solidarizo al cien por cien.
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