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Como es bien sabido, la píldora del día siguiente tiene tres efectos bien conocidos: anovulatorio, impide la fecundación, e impide la implantación en el útero del óvulo fecundado. El mecanismo de acción de estas píldoras incide en el revestimiento del útero, haciéndolo más delgado y limitando el acceso de sangre y nutrientes al mismo, impidiendo por tanto que el embrión se implante y anide.
Una nueva vida se destruye cuando se impide la implantación. La vida empieza en la concepción, llamada también fertilización. La píldora del día después puede causar la muerte de un nuevo ser humano. Hasta ahora nos han hablado de los dos primeros efectos, y qué pasa del tercer mecanismo, que es claramente abortivo? Nos dicen que la píldora impide la implantación, pero nada de que eso sea abortivo, cuando cualquier persona con unos mínimos conocimientos de biología sabe que en la implantación tiene lugar la anidación de un embrión, es decir, de un ser humano. Se trata, en definitiva, de un aborto, todo lo pequeño que se quiera, pero un aborto real, no imaginario.
Como en todo operación abortiva, el consentimiento de la madre a la intervención tendrá que ser realmente informado. Por eso, la ley debería contemplar la necesidad de ofrecer a la madre la mejor información disponible, no sesgada, este incluye información detallada sobre los riesgos, información sobre posibles alternativas e información sobre posibilidades de adopción. Si no se dan todos estos informes, esa decisión no será informada, el consentimiento no será libre ni, en consecuencia, válido. La negación de esta información a la madre, aunque ahora se la llame usuaria, es una práctica oscurantista y paternalista que restringe su libertad.